Cualquier emprendedor que se haya enfrentado a un posible inversor (o inversionista), sabe que no hay nada peor que ir mal preparado. Como en la vida misma, en segundos los tiburones huelen el miedo, la sangre, las presunciones y los top-downs. La típica frase que comienza con “En el mundo hay 7mil millones de personas, supongamos que…” es casi tan explícita como quitarse hasta los calzones, untarse de cebo y tripas, y arrojarse a un océano lleno de aletas y dientes, armado con una cañita de pescar. Lo peor de todo es que, irónicamente, si te fue mal los tiburones ni te voltean a ver. Y si corres con suerte, van a querer morderte hasta el equity.
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